29 de septiembre de 2015

Eclipsado por la luna




No podía faltar a la cita. Seguramente nunca más podré volver a verla así, escondida de la luz que del sol le llega en nuestra noche. Esperé su salida por el horizonte en un alto lugar vecino de Baztan. Pero no había calculado que en el rincón que más llueve de Euskal Herria las nieblas son casi inevitables. Y antes de que el sol se marchara y llegara la luna, las nubes lo dominaron todo, hasta la luz. No tuve más remedio que huir en busca de otro emplazamiento que, ahora sí, era el acertado: el alto de San Cristóbal, sobre Pamplona. Estaba llena, llenísima, para cuando llegué arriba. Me olvidé de ella hasta que el despertador me levantó de mi saco de dormir. Eran las tres de la mañana y el eclipse de penumbra ya estaba avanzado. Trípodes en posición, ópticas potentes, espera corta y comenzó a esconderse el borde de la corona lunar. Pasó una hora mientras la luna se iba cubriendo de sombra y al cabo de ese tiempo se quedó en una mancha dorada: en una espectacular luna roja. En derredor la noche lo dominaba todo, duró así un buen rato porque mientras se iba abriendo la corona de la luna dibujaba una ligera penumbra. Así volvió, una hora después, todo a la normalidad. Y amaneció con la compañía de un tambor inmenso en el lado opuesto del horizonte: la luna eclipsada se marchó de nuevo.




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