24 de febrero de 2016

Con el Neptuno de Florencia








Lo dicho: me fui a Florencia en el frecciarossa, apenas un ratito de viaje a 300 kilómetros por hora, casi la mitad sumergido bajo tierra y con muy pocas posibilidades de percibir lo que el paisaje puede enseñar. No, definitivamente no me gusta, después de esta primera experiencia, viajar a gran velocidad. Prefiero la muy lenta, la casi parada que me deja mirar y retratar el mundo al paso de abuelo, al pulso de conversación de peatón, pedonale en el decir italiano.

Pero, a lo que iba, o a lo que venía mejor dicho a Florencia. A curiosear por supuesto, a callejear sus estrechas y viejas avenidas, a caminar las riberas del río Arno y observar a los forasteros haciéndose selfis en esa travesía casi mística del Ponte Vecchio que la wikipedia coloca entre los más famosos del mundo. Todo ello de paso hacia la plaza de la Signoria que era objetivo necesario tras mi propósito de mirar el pito del Neptuno que aquí luce sobre el mármol blanco esculpido por Bartolomeo Ammanniti.
He seguido con mucho entusiasmo el tránsito del Cansasuelos escrito por Ander Izagirre hasta llegar de un modo muy distinto que el de su caminar de Seis días a pie por los Apeninos  a esta plaza peculiar. Pues sí, el Neptuno está aquí blanco, reluciente bajo un sol casual, y aunque no me parece tan blandurrio como Ander lo describe debo decir que es mucho más flojito que el de Bolonia. Pero estoy feliz de poder verlo, de leer a sus pies de roca pura el Cansasuelos como si fuera un pequeño homenaje al tránsito pero también a la escritura tranquila y a la lectura del paisaje y del paisanaje amable y lenta.
Por supuesto también me he empeñado en encaramarme a la cúpula de la catedral que logró sostener magistralmente Brunelleschi, admirar el encanto de la Venus que emerge de una concha que Sandro Botticelli pintó en el siglo XV y que no logra pasar desapercibida entre las infinitas imágenes pintadas en los óleos de la galería de los Uffici y más, todavía más de sentir la Florencia que queda ahí esperando siempre nuestra visita. Hay muchas cosas más que no puedo contar porque me dejaría llevar por la reciente lectura que me ha traído hasta aquí. Lean el Cansasuelos, tal vez les traiga también a Bolonia, a Florencia, acaso en busca de un pito cacahuetesco, acaso a mirar los muchas decenas de desnudos esculpidos en este tierra italiana o a contar los arcos de los cuatrocientos y pico kilómetros de galerías de Bolonia.  

Aún más: si algún donostiarra llegara a Florencia podrá buscar la imagen de un perro, mejor de dos,  que también son vecinos de la capital guipuzcoana. Son los Perros Molosos, figuras de chucho fiero y fuerte en piedra que habrán visto custodiando el palacio de Ayete. Pues aquellas son copia de un can que se guarda en la galería de los Uffici esculpido por un artista griego en el siglo III y copiado infinidad de veces. Los de Ayete en realidad son copia en espejo del original griego.















22 de febrero de 2016

El pito de Neptuno





No me he podido resistir a seguir los pasos de Ander Izagirre en su Cansasuelos y me he venido a Bolonia a ver el pito de Neptuno. Y ahora estoy aquí, pisando la losa negra de la Plaza Mayor de Bolonia, mirando al Zigant, al Neptuno musculado que domina el escenario público desde lo alto de su fontana. Izagirre escribió en Cansasuelos “Entonces veo que entre las piernas del dios de bronce sobresale un gran pene erecto, un pene vigoroso, un pene que apunta a la catedral.”
Ahora lo veo o no lo veo, ahora miro después de haber visto que desde el resto de los ángulos no hay engañufla posible y que es cierto lo que Ander cuenta. Casi nadie repara en la cuestión, todo el mundo demasiado ocupado a fotografiarse en selfi va selfi viene, con Neptuno o con sus ninfas, con el cielo de Bolonia o con sus torres que parecen caerse.
Izagirre fue a Florencia caminando y ese es el origen de su libro. Pero no, yo no iré a Florencia caminando. No me dejaría el dolor de mi rodilla maltrecha. Ya no. Iré en el tren de mucha velocidad y entonces terminaré haciendo cola en cualquier rincón de cualquier museo pero no dejaré de mirar al Neptuno de  la plaza de la Signoria que esculpió en mármol blanco Bartolomeo Ammanniti que, según Izagirre, “luce un pito más grande pero parece un dios blandurrio… …nada que ver con la tensión del Neptuno boloñés de Giambologna” Prometo la foto del Neptuno blandurrio: continuará.



4 de febrero de 2016

MODERN EXPRESS. En puerto.





Estoy de vuelta del mar, de la costa diré mejor. Porque mientras se diseña el trabajo que en unos días entrará en imprenta con propuestas para conocer y caminar la costa vasca el mar llama con una señal de emergencia.
La carga se le había movido en sus tripas al mercante panameño Modern Express mientras navegaba en el Golfo de Bizkaia y tras estar a punto de irse a pique, abandonado por su tripulación, un equipo de técnicos holandeses conseguía ponerlo a remolque con destino a Bilbao.
Estuve esperándole y no solo, lo prueban las fotografías. Había curiosos a cientos, cámara en mano por supuesto, había vigilantes uniformados abandonando su trabajo para curiosear como un paseante más, había autoridades y unidades de socorro en tierra, también navegando en embarcaciones, también en el aire. Salvamento Marítimo marcaba la organziación pero las órdenes las daban los expertos holandeses desde el buque escorado. Como aquella que con tono enfadado pidió antes de comenzar el último remolque hacia el puerto en el Abra de Bilbao "que se marchen todos los helicópteros de la escena, no nos dejan trabajar". Los moscardones aéreos se marcharon, claro.
La entrada por la bocana del puerto debió abortarse al primer intento, al parecer  por un enfilamiento inapropiado. El segundo consiguió meter al barco al abrigo aunque el Modern Express marchó un buen rato de través. Por un momento pensé que la propia maniobra iba a tumbar el barco, recuerdo del desdichado rescate del Motxo en la costa de Zumaia. Pero esta vez no, esta vez el barco ha quedado a salvo y en puerto.